Sep 252008
 

«El tercero se muestra en la tolerancia mutua de nuestras debilidades. ¿De quién diremos que es perfecto? Nadie es perfecto en la tierra. Y ¿quién no es imperfecto? Pues si todos los hombres tienen algún defecto, ¿quién no tiene necesidad de que lo soporten? El que se examine bien, notará en sí mismo muchas debilidades y defectos, y reconocerá incluso que no es capaz de impedirlos ni, por consiguiente, de ser una molestia para los demás. Y esto, tanto en el cuerpo como en el espíritu. A veces se encontrará uno, como a todos nos pasa, con cierta antipatía extraña en contra de otro que, aunque no sea malo, nos resulta desagradable en todo lo que hace: si mira, si escucha, si habla, si hace algo, todo nos parecerá mal, por la mala disposición de nuestra naturaleza. Otro hablará con claridad, observando todas las reglas gramaticales; pero sus ideas nos parecerán oscuras y sus palabras vacías, sólo por esa antipatía que le tenemos y que, sin embargo, no es voluntaria; por eso, si él llega a darse cuenta, nos alegramos de que lo comprenda y nos excuse; ¿por qué no le vamos a excusar nosotros a él cuando nos ponga mala cara o reproche nuestras palabras y nuestras acciones? Esa antipatía que le tenemos, podría también él tenerla hacia nosotros. Unas veces estamos alegres y otras tristes; ayer nos veían llenos de gozo y hoy hundidos en la melancolía. Si queremos que los demás tengan paciencia con nosotros en estos excesos de nuestro buen o mal humor, ¿no es justo que nosotros la tengamos con ellos en ocasiones semejantes?

            Hagámonos un buen reconocimiento; que cada uno examine sus piezas, las debilidades de su cuerpo, el desorden de sus potencias, su inclinación al mal, la exuberancia de su imaginación, su infidelidad y su ingratitud para con Dios y su mala conducta con los hombres; encontraremos en nosotros más actos de malicia y más motivos para humillarnos que en cualquier otro hombre que hayamos podido conocer. Entonces que cada uno se atreva a decirse a sí mismo: «Soy el pecador más grande y el hombre más insoportable». Sí, si nos estudiamos bien, veremos que somos una carga muy grande para todos los que tratan con nosotros; el que conoce todas sus miserias, que es un fruto de la gracia de Dios, estad seguros que verá muy bien la obligación que tiene de soportar también a todos los demás; no verá ya faltas en ellos o, si las ve, las comparará con las suyas; y de esta forma, en medio de su debilidad, soportará con caridad a su prójimo. ¡Admirable paciencia la de nuestro Señor! Fijaos en ese poste que sostiene todo el peso del techo; sin él, todo se derrumbaría; también Jesucristo nos ha sostenido en todas nuestras caídas, nuestras cegueras y nuestra pesadez de espíritu. Todos estábamos como aplastados de iniquidades y de miserias corporales y espirituales, y nuestro bondadosos Salvador se las ha cargado para sufrir su pena y su oprobio. Si lo pensamos bien, veremos el castigo y desprecio que merecemos, por ser tan culpables, sobre todo yo, miserable porquero, que voy acumulando faltas día tras día por mis malos hábitos y por mi ignorancia, que es tan grande que casi no sé lo que digo».

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