Además de ser el II Domingo de Navidad, celebra hoy la Iglesia y la Familia Vicenciana la Fiesta de Santa Isabel Seton. Es la primera mujer estadounidense elevada a los altares por la Iglesia. Una mujer extraordinaria tanto en su vida personal como familiar y social. Tras fundar una Asociación de Mujeres para atender a los pobres y su educación acabó juntándose a las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl de quien había tomado sus Reglamentos. Adjuntamos aquí mismo una breve biografía de tan espléndida mujer. El P. Mitxel Olabuebaga ha cargado en esta mismos web (Otros Santos y Santas de la Familia Vicenciana) un más extensa. ¡Merece la pena leerse en unos tiempos en los que parece que este tipo de personas ya no existen!
SANTA ISABEL SETON
Su juventud en Nueva York
Isabel Seton nació el 28 de agosto de 1774 en Nueva York. Sus padres, el Doctor Richard Bayley y Catalina Charlton, los dos anglicanos piadosos y leales miembros del partido conservador. Los antepasados de Isabel fueron de los primeros colonos de la región de Nueva York. Su padre procedía de una acomodada familia francesa hugonote, los condes de «New Rochelle». Su madre era hija del Doctor Richard Charlton, importante pastor anglicano, de origen anglo-irlandés.
Cuando nació Isabel (1774-1821) sus padres llevaban casados cinco años y tenían ya una hija, María Magdalena (1768-1856). La pequeña, Catalina (1777-1778), nació tres años después de su hermana. Se cree que la Señora Bayley murió al dar a luz a Catalina, que murió al año siguiente. El Doctor Bayley se volvió a casar y continuó viajando al extranjero para perfeccionar sus estudios de medicina. Su segunda esposa, Carlota Barclay Bayley (1759-1805) le dio siete hijos que ella prefirió a las hijas mayores procedentes del primer matrimonio.
En su adolescencia, Isabel se sentía sola y melancólica. Durante una época, sufrió de una depresión llegando a tener ideas de suicidio. Más tarde, escribe en su diario íntimo su agradecimiento por haber superado la tentación de tomar una sobredosis de láudano, medicamento utilizado entonces como sedante. Pero, a la vez, iba madurando su inclinación hacia la contemplación. Muy joven conoció a un joven excelente, William Magee Seton (1768-1803) y se enamoraron. Después de un tiempo de noviazgo, se casaron el 25 de enero de 1794 y lo celebraron en casa de su hermana, María Magdalena, convertida en la Señora Wright Post, en Manhatan.
Mujer y madre en Nueva York
William Magee Seton, era un importante negociante en importaciones y exportaciones. El matrimonio de los Seton fue muy feliz y pronto conocieron la dicha de tener cinco hijos: Ana María (1795), William (1796), Richard (1798), Catalina Charlton (1800) y Rebeca María (1802). Los Seton vivían en Lower Manhatan, un barrio chic y formaban parte de los notables de la sociedad, participando en la política y en los acontecimientos principales de la época. Eran feligreses de la famosa iglesia episcopaliana de la Santísima Trinidad.
La lectura de la Biblia era un ejercicio religioso caro a Isabel Seton. Isabel y su amiga íntima, Rebeca María Seton, su cuñada, se sentían atraídas por prácticas piadosas e intercambiaban frecuentemente entre ellas. Su piedad las llevaba a participar en todas las actividades de la parroquia, más especialmente en el servicio social a domicilio. Está muy lejos de imaginar entonces que, unos años más tarde, iba a estar ella misma al borde de la miseria.
En 1798, muere su suegro. El hijo mayor, William Magee, tuvo que hacerse cargo de sus hermanastras y hermanastros pequeños. Isabel y su familia tuvieron que salir temporalmente a la casa de los Seton, donde hizo su primera experiencia en la enseñanza. Sus primeras alumnas fueron sus jóvenes cuñadas Carlota, Harriet y Cecilia. Â Seis semanas después de la muerte del Señor Seton, Isabel tuvo que sufrir un parto excepcionalmente largo y difícil, dando a luz a su tercer hijo, un niño. En ese intervalo, su empresa comercial empezó a tener dificultades financieras y muy pronto, la familia pasa de la prosperidad a la pobreza: la Compañía Seton-Maitland hizo quiebra y los Seton perdieron su casa. Los problemas de los Seton se fueron incrementando: William Magee comenzó a presentar signos evidentes de tuberculosis.
El viaje de la esperanza
En 1803, en un esfuerzo desesperado para recuperar la salud de William, Isabel se embarcó con su marido y su hija mayor, Ana María, hacia Liorna, Italia, donde el clima es suave. A su llegada al puerto, las autoridades italianas, por temor a la temible fiebre amarilla, que hacía estragos en Nueva York, pusieron a los Seton en cuarentena, durante un mes, en un lazareto de piedra, húmedo, frío y lleno de corrientes. No era un lugar que ofreciese hospitalidad y un mínimo de confort para un enfermo. La pequeña Ana, después de deshacer su maleta, saltaba a la cuerda para calentarse. A pesar de todos los esfuerzos de la familia Filicchi para modificar este aislamiento severo, William Magee murió en Pisa, justo dos semanas después de su liberación del lazareto. Isabel, viuda a los veintinueve años, con cinco hijos pequeños, escribió sus memorias (The Italian Journal), donde relató a su cuñada Rebeca la enfermedad y la muerte de su marido
Viuda dolorosa
La vida de Isabel y de su hija, a quien ahora llama Anita, cambiará para siempre. La familia Filicchi recibe en su casa a la joven viuda y a su hija, saliendo al paso de sus necesidades con una hospitalidad delicada, hasta que, en la primavera, obtienen la autorización para volver a los Estados Unidos. Los Filicchi les presentan a la Iglesia Católica Romana a través de la herencia religiosa y cultural de Italia. Isabel comienza a plantearse interrogantes respecto a las prácticas católicas, primero por ignorancia, después por curiosidad. Entre los aspectos más significativos del catolicismo romano que impresionaron a Isabel y la llevaron a su conversión, están la Fe en la presencia real en la Eucaristía, la devoción a María, Madre de Dios y las prácticas litúrgicas como la asistencia frecuente a la Misa, recibir la sagrada comunión, las procesiones eucarísticas y otras devociones.
Hacia el catolicismo romano
A su regreso a Nueva York en la primavera siguiente, Isabel tuvo que luchar mucho debido a su atracción hacia el catolicismo romano. Lo que agravó sus problemas fue el verse atormentada por la pregunta que se hacía y que no había resuelto: «Â¿Estoy en la auténtica Iglesia procedente de la sucesión de los apóstoles?».
Durante aquellos meses de discernimiento, mientras se debatía con esta incertidumbre desgarradora, la señora Seton tuvo igualmente que sufrir por la oposición de su propia familia y de sus amigos, así como de la cólera desagradable de su director espiritual episcopaliano, el Rvdo. Henry Hobart. Ella y sus hijos tuvieron que sufrir el aislamiento social.
Poniendo su confianza en Dios, Isabel tomó una decisión al comienzo de la cuaresma de 1805 y escribió: «Mi alma ha ofrecido en sacrificio todas sus vacilaciones y reticencias, el 14 de marzo, durante la Santa Misa». Tenía 31 años. Confió a los Filicchi que había hecho su profesión de fe (Un día, entre los días extraordinarios para mí… en la iglesia de San Pedro… He dicho: ‘Heme aquí, vengo ante Ti, Dios mío, mi corazón es todo tuyo. Fue un día de paz, de gozo con mis hijos y un acuerdo de mi corazón con Dios».
Católica y sola
El año 1805 fue un año de gracia. Entre los momentos importantes podemos citar no solamente su profesión de Fe, sino también, dos semanas más tarde, el 25 de marzo, su Primera Comunión. Durante el verano siguiente, cuidó a su madrastra moribunda y esto fue la ocasión para su reconciliación. Al año siguiente, John Carroll (17351815), primer obispo de los Estados Unidos, se encontraba en Nueva York y confirmó a Isabel el 25 de mayo, domingo de Pentecostés. En esta ocasión, Isabel añadió a sus nombres Isabel y Ana el de María, ya que presentaban -decía ella- las tres ideas más preciosas en el mundo que le recordaban los momentos del Misterio de la Salvación.
Este periodo (1805-1808) fue un tiempo de luchas dolorosas, de decepciones y de fracasos para Isabel. Hubiera querido abrir una escuela, pero los padres no querían confiarle sus hijos. Incluso su antiguo pastor la criticaba públicamente y disuadía a sus fieles de que apoyaran sus esfuerzos.
Isabel obtuvo un puesto como docente por un corto tiempo en la escuela dirigida por los señores Patrick White, pero esto terminó bruscamente cuando los White se encontraron con dificultades financieras. Después fue directora de un internado de muchachos que iban a la escuela del Rev. William Harris, de la iglesia episcopaliana de San Marcos. De nuevo, encontró problemas con varias familias que retiraron a sus hijos.
Misión en Maryland
Sacerdotes sulpicianos franceses llegados a los Estados Unidos para huir de la Revolución francesa, deseaban establecer un programa de educación para las jóvenes en Baltimore, Maryland. El. P. Luis William V. Dubourg, S.S. (1766-1853) encontró providencialmente a Isabel en una visita que hizo a Nueva York para recoger fondos en favor del Colegio Santa María. Después de haber oído su historia, invitó a la Señora Seton, con el apoyo de Jonh Carroll, a que fuera al estado de Maryland donde, le aseguró, los Sulpicianos le ayudarían a «formar un proyecto de vida indicándole que tenían también la intención de establecer «una escuelita para la promoción de la educación religiosa»
Llegada a Baltimore a mediados de junio de 1808, Isabel pasó su primer año en Maryland como maestra en un pequeño internado escolar para niñas, situado cerca del Colegio y del Seminario Santa María, dirigidos por los Sulpicianos en las afueras de la ciudad. Al mismo tiempo que su «proyecto de vida» se iba desarrollando, se iba precisando la comprensión de su misión según expresó a un amigo: «Los Padres del Seminario (los Sulpicianos) preven que no faltarán señoras deseosas de reunirse para formar una institución permanente. Pero, ¿qué puedo hacer yo, criatura tan pobre en recursos? Debo confiarlo todo a la Providencia divina».
Los Sulpicianos reclutaron activamente a seis candidatas entre sus dirigidas en Nueva York, Filadelfia y Baltimore y se las confiaron a Isabel para la formación. Cecilia O’Conway (1788-1865), la Margarita Naseau de América del Norte, fue la primera candidata que se presentó para la nueva comunidad, a cuyas Hermanas se llamó momentáneamente «Hermanas de San José» (y más tarde, «Hermanas de la Caridad de San José»). El 31 de diciembre de 1809, trece candidatas se habían unido a la Comunidad naciente Los Sulpicianos tuvieron la responsabilidad de poner los cimientos sobre los que se construyó el camino de la comunidad naciente. Isabel escribió a Filippo Filicchi para informarle de la oferta que le había hecho un nuevo convertido, rico, ahora seminarista, Samuel Sutherland Cooper (17691843), de financiar el establecimiento de las Hermanas de la Caridad. Su plan comprendía: «el establecimiento de una institución para la formación de niñas católicas en la práctica de la religión, dándoles con ese fin una educación conveniente…, con la idea de extender el proyecto a la acogida de personas ancianas y de personas sin instrucción que pudieran dedicarse a hilar, hacer punto, etc., para fundar una empresa a pequeña escala que pudiera ser beneficiosa para los pobres».
A pesar de la gran extrañeza del obispo Carroll de Baltimore y de los Sulpicianos, Cooper estipuló proféticamente que la fundación se haría cerca de Emmitsburgo en el estado de Maryland, «un pueblo situado a dieciocho leguas de Baltimore, y que de allí se extendería por los Estados Unidos».
Isabel pasó un año en Baltimore. Antes de su conversión, los Filicchi, amigos del obispo Carroll, la habían presentado a este amable prelado. En su presencia pronunció sus primeros votos por un año el 25 de marzo de 1809. En ese momento, él le confirió el título de «Madre» y después se la llamaba Madre Seton. En junio de este mismo año, Madre Seton dejó Baltimore para ir a un valle de los Montes Catoctin.
El Valle de San José
El valle de San José, cerca de Emmitsburgo, se convirtió en el lugar de la fundación de las Hermanas de la Caridad de San José, el 31 de julio de 1809, en la fiesta de San Ignacio de Loyola, patrón de las misiones del Maryland. Allí fue donde la pequeña Comunidad comenzó a vivir en la antigua granja Fleming, comunmente llamada la «Casa de Piedra», donde estuvieron desde julio de 1809 a mediados de febrero de 1810, fecha en que pasaron a la nueva «casa en el campo», Casa San José, que después se llamó la «Casa Blanca», donde las Hermanas comenzaron su misión de educación. Las primeras candidatas de la nueva comunidad llegaron muy pronto: Sally y Elena Thompson de Emmitsburgo se unieron a otras procedentes de Baltimore. La Divina Providencia guió en sus comienzos a la pequeña comunidad a través de un laberinto de pruebas, lo que llevó a Madre Seton a escribir: «Todo aquí está otra vez estancado y estoy preparándome para poder comenzar de nuevo como cuando lo hice con mis pobres Anita, Josefina y Rebeca. Tenemos motivos para creer, dados los acontecimientos recientes, que nuestra situación está más insegura que nunca».
Animada por una Fe inquebrantable, Madre Seton permanecía firme a pesar de las dificultades y de los retos que le presentaban las cruces que Dios le enviaba. Madre Seton confesaba: «He tenido más aflicciones y penas durante estos diez últimos meses que durante los treinta y cinco años de mi vida, marcados todos ellos por el sufrimiento» .
En el momento de su fundación, las Hermanas de la Caridad adoptaron un Reglamento (una primera regla) que organizó su manera de vivir, y esto desde el 31 de julio de 1809 hasta enero de 1812. Las Hermanas eligieron a Isabel como primera Madre de las Hermanas de Caridad de San José cargo que ocupó hasta su muerte en 1821. Los Sulpicianos, que habían ideado y fundado la comunidad, siguieron participando en el gobierno hasta 1849. Las Hermanas hacían votos anuales en presencia de un sacerdote sulpiciano que era su Superior General. Madre Seton se preocupaba de que todas las candidatas fueran formadas según el espíritu de Santa Luisa de Marillac y de San Vicente de Paúl; había adoptado la Reglas Comunes de las Hijas de la Caridad para su propia Comunidad después de que los Sulpicianos y el arzobispo Carroll las adaptaran a la cultura americana.
El cambio más significativo fue el de hacer de la educación de las niñas la misión principal de las Hijas de la Caridad de San José. En el capítulo 1 encontramos el mismo texto que el de las Reglas Comunes de las Hijas de la Caridad, con el siguiente añadido: «El fin secundario, pero no menos Importante, es el de honrar la Santa Infancia de Jesús en las niñas, cuyo corazón está llamado a amar a Dios mediante la práctica de las virtudes y el conocimiento de la religión; al mismo tiempo sembrarán en sus mentes los granos de un saber útil».
El Reverendo Padre Simón Gabriel Bruté, S.S., llegó a los Estados Unidos en 1810 y muy pronto a Emmitsburgo, donde enseñó en Monte Santa María. Fue el confesor y capellán de las Hermanas. Allí pasó la mayor parte de los veintitrés años y, debido a su humildad, a su piedad y a su celo apostólico, se ganó el apelativo de «el Ãngel de la Montaña». El P. Bruté conocía los planes relativos a la instalación de las Hijas de la Caridad francesas en América, pues había viajado con el R. P. José Fíaget, S.S. (1763- 1851), que había obtenido una copia de las Reglas Comunes de las Hijas de la Caridad de Burdeos en 1810.
Como tenía una tía Hija de la Caridad desde hacía más de cuarenta años en Francia, utilizó su conocimiento de la Comunidad para guiar a las Hermanas de la Caridad de Emmitsburgo en su inculturación del carisma vicenciano. Las animó a leer las vidas de los Fundadores y les procuró libros de espiritualidad vicenciana que Madre Seton tradujo, incluida la Vida de la Señorita Le Gras de Nicolás Gobillon.
Sembrar un grano de mostaza
De una manera similar a la que se expresaba San Vicente respecto a la Pequeña Compañía, Madre Seton hablaba a su Comunidad del «grano de mostaza» pequeño e insignificante, pero que contenía una gran posibilidad de crecimiento. El grano fue «sembrado en América por la mano de Dios». Muchas personas se implicaron en ello, especialmente la familia Filicchi de Liorna, Italia, que era para Isabel como los Gondi para Vicente y Luisa en Francia, bienhechores e instrumentos de la Divina Providencia. La Compañía de América del Norte es un tapiz tejido por mujeres de carácter, animadas por una fe profunda, fieles al Espíritu para realizar fielmente su sueño.
Las primeras Hijas de la Caridad escogieron consejeras para ayudar a Madre Seton y a sus sucesoras, eligiendo mujeres capaces de aportar a los Superiores la ayuda de su visión espiritual y de su sabiduría. Cinco Madres americanas de las Hermanas de la Caridad de San José (1809-1849), de acuerdo con sus Superiores Generales Sulpicianos, prepararon el camino que por fin terminó con la unión de la Comunidad de Emmitsburgo con la Familia Vicenciana Internacional. La Compañía de la Caridad de los Estados Unidos se desarrolló teniendo en cuenta el contexto histórico que influyó en sus decisiones en cada una de las etapas de su crecimiento. Mientras sus hijas espirituales proseguían su obra de educación y servicio, se extendía la fama de santidad de Madre Seton.