Precocidad sexual
Muchas de estas actitudes crecen, hasta casi duplicarse en algunos casos, en los preadolescentes (12-14 años según el estudio de SM). La Fundación Desarrollo y Persona tuvo que ampliar sus talleres de afectividad y sexualidad desde Bachillerato a estas edades, pues, como explica doña Nieves González, planteaban «las mismas cuestiones cada vez más precozmente. Ahora, ya hay veces que, en 1º de la ESO, llegamos tarde». A esa edad, casi la mitad de los chicos ya salen solos con sus amigos por la noche, y empiezan a ir a las discotecas light. «Como allí no se consume alcohol, los padres se quedan más tranquilos», a pesar de que es uno de los sitios donde empiezan a enrollarse: «Lo viven como un juego, porque son niños», y luego se puede perpetuar «esa actitud de tomar [la sexualidad] como un juego, o algo vinculado al ocio».
No faltan las instituciones que aceptan y fomentan este cambio. En Reino Unido, algún profesor ha denunciado que tenía que enseñar conductas sexuales explícitas y anticoncepción a niñas de 12 años, sin el conocimiento de los padres. Algunos expertos en planificación familiar han defendido allí que niñas de nueve años tomen la píldora. En España, algunos folletos y campañas sobre educación sexual, con contenidos explícitos, se han pensado para niños desde los diez años.
Sin embargo, la sexualización de la infancia puede empezar antes, cuando, a imitación de las series de televisión, o de las poses y coreografías de sus artistas favoritas (desde Britney Spears hasta sus coetáneas Isabel o Melody), asumen, en palabras de la señora González, «actitudes, formas de vestirse y moverse adultas». La reacción no puede ser «tratar de meterles en una burbuja», sino «acompañarlos a juzgar la realidad que los rodea, a ver la diferencia entre la ficción que nos venden y la realidad que queremos construir», y a discernir cómo ese lenguaje de la ropa, los movimientos, etc. puede hacer «que se les mire como personas, o que la mirada se dirija a una parte de ellos y quede reducida a lo sexual».
Se trata de aplicar, a estos casos, la norma más general de doña Mercedes: «Explicarles las cosas según su edad. No se les pueden decir las cosas porque sí, ni hacer una oposición frontal. Lo pueden entender, pero, si siguen protestando, decirles que lo entenderán dentro de un tiempo», tener claro que se va por la buena línea, «perseverar y ser radical, aunque el hijo sufra» de momento. Un aliado es que «los hijos se sienten cómodos con gente que está siendo educada de forma afín -por ejemplo, que tiene una hora de volver a casa parecida-». Sin embargo, «no tiene sentido meterles en una urna, sino enseñarles: La vida es esto, te lo vas a encontrar y vas a tener que optar».
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