Mañana, día 18, celebra la Iglesia la Fiesta de San Francisco Regis Clet, sacerdote de la Congregación de la Misión (PP. Paúles). El P. Clet, francés de nacimiento, fue cruelmente martirizado en China, después de 26 años de trabajar allí. En este mismo BLOG (Otros Santos y Santas Vicencianos) ha cargado el P. Mitxel Olabuenaga una breve Biografía. Animamos a todos a leerla por lo que tiene de ejemplo de una vida coherente con el mensaje cristiano. De esta Biografía extraemos uno de sus puntos finales.
«Después el Padre Clet se entregó a los soldados, y la comitiva se puso en marcha. No había nadie por las calles, pues era noche cerrada. Salieron de la ciudad por la puerta Tcha-Hu-Men, que da a una cima llamada la Montaña Roja, por el color de la tierra, arcilla roja, y que se encontraba al oeste de ‘la ciudad, el lugar reservado a las ejecuciones tales. Hacía un frío bastante intenso y un poco de nieve cubría el suelo. La noche era oscura y la marcha del pequeño grupo se iluminaÂba con las linternas de papel aceitado que llevaban los guardias. CuanÂdo las ejecuciones tienen lugar durante el día, no faltan mirones para acompañar al cortejo y asistir al espectáculo, pero era de noche y hacía frío, por eso no había casi nadie.
Se detuvieron junto a un poste de unos dos metros de altura plantaÂdo en el suelo. En la parte superior llevaba un travesaño que le daba casi el aspecto de una cruz. El Padre Clet pidió a los mandarines que habían venido a presidir la ejecución, permiso para decir una oración antes de morir. Ellos se lo permitieron sin dificultad. Se puso entonces de rodillas sobre el barro y oró por sus cristianos, por sus hermanos de congregación, por la iglesia de China y por sus verdugos. LevantándoÂse dijo a los soldados: «¡Atadme!» Ellos le amarraron al poste, con las manos por detrás del travesaño de la cruz y atadas a la espalda. Le ataÂron los pies, uno contra otro y ambos al palo de la cruz, pero recogidos de manera que no tocaban el suelo. Uno de los verdugos le pasó por el cuello una soga que formaba un gran collar anudado a un bastón. Girando con rapidez este bastón, el verdugo estrangulaba al condenaÂdo, pero al primer intento, demasiado brutal, la soga se rompió, y la víctima pudo recuperar la respiración. Se necesitó otra soga. Según la costumbre la soga se apretó tres veces, dejando en cada descanso a la víctima recuperar la respiración. A la tercera, el verdugo apretó más fuerte, hasta que la víctima exhaló su último aliento. La lengua le salió de la boca, y vertió una pequeña ola de sangre, que inundó sus viejas vestiduras, mientras su cabeza se inclinaba dulcemente. Las pruebas del Padre Clet habían terminado, todo sucedía la noche del 17 al 18 de febrero de 1820, tenía 72 años, de los que había pasado 28 en China. De esta manera terminaba gloriosamente una larga vida de apóstol que, a ejemplo del Maestro, quedaba refrendada por el testimonio y por el Sacrificio supremo»