Ene 152010
 

Isabel García Pagan .- LA VANGUARDIA - 14/01/2010  Actualizada a las 00:54h

|Miseria, violencia y los ojos más tristes que uno pueda nunca imaginar. Un vertedero humano. Eso era Cité du Soleil, en Puerto Príncipe, incluso antes de que la tierra se rompiera. La zona más pobre del país más pobre de América es desde hace unos años una de las prioridades de la cooperación española en la zona. Los niños desnudos, las aguas putrefactas y el silencio se convirtieron un soleado día de agosto del 2008 en el descenso al infierno de la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega y los periodistas que la acompañamos en su gira iberoamericana. Pero allí había esperanza, un oasis en el que media docena de hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl daban de comer cada día a 1.200 niños y les ofrecen atención médica. «Nunca se nos ha muerto un niño por falta de atención», repetía orgullosa sor Pilar, una enérgica navarra que lleva 27 años en Haití.

En un minuto, la tierra ha engullido ese barrio en el que más de 300.000 personas se despertaban ya sin saber si llegarían al final del día. Parece que la esperanza sigue allí, que la fortaleza –sólo la humana– de las monjas ha resistido como ha podido al terremoto. El edificio, el refugio, se ha perdido.

Poco o nada queda de los otros lugares por los que pasamos. La tierra crujió y se llevó el cuartel prefabricado de las Naciones Unidas en el que María, una guardia civil, explicaba cómo luchan para acabar con las más de 15.000 violaciones anuales que se cometen en el país. Se tomó un café con leche, nerviosa, junto a la vicepresidenta. La base ha desaparecido, pero su esperanza sigue allí. Todos los agentes de policía y guardia civil están a salvo.

Donde no hay esperanza es en el hotel Montana, en lo alto de uno de los cerros, el más internacional. Desaparecieron los mosaicos de sus suelos, sus plantas gigantes, los ventiladores coloniales, los cortinajes al viento, las noches de baile para parejas de haitianos, los ricos, con sus trajes de gala y cargados de oro. La única vista que desde aquella altura existe ahora es la de la destrucción y la muerte.

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