La semana pasada la Academia sueca otorgó el Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa. La noticia ha sido recogida de modo profuso por los medios de comunicación, pero en esta breve recensión me gustaría subrayar los aspectos que, a mi juicio, lo hacen merecedor de tan alta distinción.
No cabe duda de que lo fundamental es su vasta producción novelística. Tres notas podríamos destacar en ella: la crítica acerada al poder omnímodo que sojuzga la libertad individual; la estructuración compleja y elaboradísima de sus relatos, un compendio de todas las técnicas narrativas de los dos últimos siglos; y el acierto en el tratamiento de la materia erótica, audaz y llena de sensualidad y sutileza, artística. Nótese que es éste un obstáculo en el que la mayor parte de los narradores trastabilla, si no lo abordan de soslayo, tal es su dificultad. Vargas lo arrostra sin complejos y no retrocede ni ante lo más abyecto del comportamiento humano, pero sin caer jamás en lo soez ni en la vulgaridad, trasmutando la realidad, sublimándola en prodigio artístico.
Pero si Vargas Llosa es un novelista eximio, lo es en buena parte por su agudeza como lector, de la que tenemos muestras señeras en sus ensayos y artículos periodísticos. Vargas es un lector voraz con una perspicacia fuera de lo común. Gracias a él hemos aprendido a valorar con justeza novelas como Madame Bovary. Porque tiene la generosidad incontenible de hacernos partícipes de sus hallazgos, y nos ensimismamos con sus propias lecturas. Gracias a sus consejos descubrí al Nobel sudafricano Coetzee, entendí mejor la pintura de Paul Gauguin y disfruté mucho mejor de la Literatura tras leer La verdad de las mentiras.
Esta brevísima reseña no tiene otra intención que persuadir a quienes la leyeren de que se deleiten con las obras de este autor, obviando prejuicios por sus controvertidas posturas ideológicas (que no subyacen en sus novelas). A mí Mario Vargas me ha regalado muchos ratos de placentera evasión. Es de justicia agradecérselo.
Julen Cerezo
Según mi modesto modo de ver, lo que hace de Vargas Llosa un escritor con mayúsculas es precisamente esa dicotomÃa entre activista polÃtico y escritor, o más bien el talento para disociar ambas facetas, consiguiendo crear novelas y relatos lejos de toda orientación ideológica. Esto me parece harto complicado, y el esfuerzo que hoy dÃa requiere desunir credo y pluma bien merece un Nobel.