Sus primeros años. Santa Teresa de Jesús, llamada también Santa Teresa de Ãvila, ha sido una de las grandes mujeres místicas de la historia universal. Su nombre real es el de Teresa de Cepeda Ahumada. Nació el 28 de marzo de 1515 en Gotarrendura, un barrio de la ciudad de Ãvila.. Su padre había tenido antes tres hijos con su primera esposa. Casado en segundas nupcias con Beatriz de Ahumada, tendrá otros nueve hijos, entre los que se encuentra nuestra santa. Toda la historia de Teresa lo sabemos gracias a su autobiografía titulada «Libro de la Vida» (1562) entre los que se cuentan diferentes anécdotas de su tiempo de juventud. En él se explica que junto a Rodrigo, uno de us hermanos, se dedicaba a leer libros de santos y de caballerías (en aquel tiempo leer libros de caballerías estaba de moda, no como ahora, que se lee el «Hola» o el «Sport», el «Marca» …). También se sabe que Teresa era una joven agradable, muy bella, bastante presumida y con mucho «feeling».
Ingreso en el convento. Pronto se dio cuenta que su auténtico «caballero andante» era Jesucristo y entró con tan sólo 20 años en el convento de las hermanas carmelitas de la Encarnación de Ãvila. Una congregación que contaba por aquel entonces con 170 monjas! El cambio de vida y de alimentación afectaron a la salud de la santa. Al cabo de dos años vuelve con su familia para recuperarse. Los médicos consultados le receptan unas purgas diarias que agotan aún más a la paciente. Muchos ya la daban por muerta. En 1539 quedó paralizada y un año después se produce una lenta aunque progresiva curación. De vuelta al convento, se encuentra en una lucha interior para llegar a ser más perfecta en su vida religiosa y en su amor al Señor. Según sus memorias, fue en 1541 cuando Cristo se le apareció en persona por primera vez. Él mismo le reprochó aquella situación de inseguridad que duraría hasta 1556. Fue precisamente en aquel año cuando descubrió en un hueco de una pared de un oratorio del convento, una estatuilla de unos 18 centímetros: era un Ecce Homo. Recuerda que el Ecce Homo es una imagen de Jesucristo con el cuerpo lleno de llagas causadas por los latigazos que le dieron los soldados romanos antes de crucificarlo.
¿Que sintió Santa Teresa ante aquella imagen? Pues las mismas llagas de Jesús en su cuerpo. Ella misma escribió: «Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece que se me partía, y arrojéme cabe Él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle». A partir de entonces, Santa Teresa lleva una vida de penitencia, de mortificación y de oración constante. Según ella, «a los que tratan la oración el mismo Señor les hace la costa, pues, por un poco de trabajo, da gusto para que con Él se pasen los trabajos». Para Santa Teresa «el aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho».
La transverberación. Seguro amigo/a cibernauta que cuando has leído esta palabra has dicho «Â¿la qué?. Pues si… la transverberación. ¿Que es eso? Pues este vocablo viene del latín «transverberare», que quiere decir «traspasar de un golpe, hiriendo». Los teólogos lo definen como una gracia espiritual especial por la que la persona que la recibe, llena de amor divino, y que tiene el corazón traspasado por una espada. Es un signo de comunión sublime con Jesucristo sufriente. Santa Teresa de Jesús no fue la única que «sufrió» este fenómeno, sino que también se cuenta de la vida de la franciscana italiana Clara de Montefalco. No te pierdas como Santa Teresa escribía esta situación en su diario:
«Le veía en las manos de Ãngel un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Esto me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear que se me quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aún harto. Es requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento».
Las carmelitas descalzas. Después de esta experiencia, la santa (¡santa sin lugar a dudas!) avanzará con paso firme en su perfección. Para ella, la vida de clausura de aquel convento le era insuficiente y decide reformar la congregación para volver a la austeridad, a la pobreza total y a la auténtica clausura de la primitiva congregación carmelita. Los primeros intentos nacen en el año 1560 pero se encontraría con diferentes opiniones en contra. Tuvo la suerte de tener el apoyo de un gran místico como San Juan de la Cruz que le ayudó en todo momento, y es que tal como escribía la santa en su diario: «Nunca dejará el Señor a sus amadores cuando por sólo Él se aventuran». El mismo San Juan de la Cruz haría también una reforma en la orden carmelita masculina. El 24 de agosto de 1562 inaugura su convento bajo una nueva regla muy cerca de Ãvila, el convento de San José. Aquella nueva orden recibiría el nombre de «Carmelitas Descalzas de San José», ya que todas las monjas andaban con los pies desnudos. De todas maneras, esta nueva comunidad no sería oficializada hasta la primavera de 1567. Rápidamente, muchas personas quedaron admiradas de la forma de vida de aquellas jóvenes monjas, lo que provocó que se hicieran nuevas comunidades en: Medina del Campo, Malagón, Valladolid, Toledo, Pastrana, Salamanca, Alba de Tormes, Segovia, Beas, Sevilla, Caravaca, Villanueva de la Jara, Palencia, Soria, Granada y Burgos de entre muchos más. A sus carmelitas descalzas Santa Teresa les decía: «Para esto es la oración, hijas mías, de esto sirve este matrimonio espiritual; de que nazcan siempre obras». Es sin duda, la respuesta de la santa ante el auge del protestantismo de Martín Lutero que decía que no eran necesarias las obras de fe para agradar a Dios. Nuestra amiga Teresa tenía también palabras tan curiosas para sus discípulas como estas: «Entended que, si es en la cocina, entre los pucheros anda el Señor, ayudándoos en lo interior y exterior».
Aquí tienes una relación de los consejos que les daba a sus «discípulas». Una buena manera para entender el espíritu teresiano:
-No quiero hermanas cegatosas. Abrid bien los ojos!
-Ser carmelita es desear, no sólo ser religiosa, sino sobre todo querer vivir retiradas.
-Cuánta paja cuando se funda un convento! Así nunca nos faltará lecho donde dormir.
-El mundo está en llamas, hijas mías. No es momento de tratar con Dios de asuntos de poca importancia
Los últimos instantes de su vida. A pesar de que la Inquisición quiso incautar la autobiografía de Teresa (lo hizo pero al final se pudo rescatar), ella siguió escribiendo en sus memorias cosas como que «no está el amor de Dios en tener lágrimas, sino en servir con justicia y fortaleza de alma y humildad». Continuó trabajando en pro de la comunidad hasta los últimos momentos de su vida terrenal. El 21 de septiembre de 1582 llegaba al convento de Alba de Tormes, pero 8 días después, ya no tiene fuerzas para levantarse de la cama. El 4 de octubre, sus monjas le oyen decir: «Oh Señor mío y Esposo mío, ya es llegada la hora deseada, tiempo es ya que nos veamos. Señor mío, ya es tiempo de caminar». La tradición dice que inmediatamente después de muerta, un árbol que había delante de su celda, muerto desde hacía décadas, volvió a florecer.
Tal y como explica el teólogo Santiago Martín en el libro «Los Santos Protectores», Santa Teresa «es y será siempre la santa que nos invita a considerar a Dios como el amigo pero también como el Todopoderoso, como el confidente pero también como el Rey que tiene derecho a reinar en nuestra vida».