«No nos entienden, lo exageran todo, nos abrasan a preguntas, son unos cotillas». Estas personas tan poco comprensivas, que hacen un drama de cualquier pequeño problema y que todo lo quieren saber son los padres desde el punto de vista de un niño de entre 6 y 12 años. Y lo peor es que esta visión no mejora con la edad. Entre los 12 y los 16 años, los hijos siguen teniendo a sus padres como a unos seres que aún no han aprendido a comprender y que jamás lo harán. «Para ellos nuestros problemas son una tontería, nos siguen viendo como a niños», sostienen.
Obtener la opinión de los niños y adolescentes vascos ha sido el objetivo del informe ‘Necesidades y demandas de la infancia y la adolescencia en Euskadi’, que presentó ayer en Bilbao la consejera de Empleo y Asuntos Sociales, Gemma Zabaleta. El documento, junto con otros trabajos, servirá de base para elaborar el primer plan de Infancia y Adolescencia del País Vasco, que posiblemente será aprobado a finales de este año. Para elaborar el estudio se han creado una serie de grupos de discusión en los que han participado 194 menores de 6 a 16 años, 84 profesores y 91 padres. Las conclusiones no son muy diferentes de las que se habrían obtenido hace una o dos décadas con jóvenes que ahora quizá sean padres.
Pero hay elementos que hace años no existían o no eran considerados como un problema. Como las nuevas tecnologías, que amenazan con provocar una brecha entre generaciones. O la creciente importancia que los jóvenes le dan a la apariencia física, que no se ve solamente como un elemento de autoafirmación, sino como un instrumento para garantizarse la supervivencia en el entorno. El 17% de los jóvenes vascos siente frustración por su apariencia física, porcentaje que asciende al 20% entre las chicas.
Macarrones y bollería
Para los niños, la imagen física «es importante para conseguir pareja» y para ser alguien «popular en la escuela». Los adolescentes, consideran que «no cumplir estándares mínimos de belleza puede conllevar burlas o aislamiento social», aunque tienen la esperanza de que a medida que se hagan mayores la presión irá descendiendo. Esta presión es mayor en el caso de las chicas, que tienen «más problemas con su imagen y su autoconcepto».
Entre los 6 y los 12 años se tiene la convicción de que comer bien «es bueno para no engordar y para la salud». Pero a la hora de la verdad, prefieren «la comida rápida, macarrones y bollería» y creen que pueden convencer a sus padres de que les cambien lo que no les gusta.
Los niños vascos reciben cada semana una paga de entre 5 y 15 euros, cantidad que les permite ahorrar. También tienen un espíritu previsor a la hora de hablar de estudios. Los relacionan «con cosas aburridas» aunque admiten que son necesarios para el porvenir.
Pese a que a los niños les resulta difícil hablar con sus padres, con quienes les da vergüenza compartir aspectos íntimos, les gustaría pasar más tiempo con su familia e incluso participan en las tareas domésticas. Tales joyas pierden brillo a partir de los doce años, cuando a los adolescentes les deja de interesar pasar tiempo con su familia, con la que tienen dificultades de comunicación, y su grupo de amigos «adquiere una importancia central».
Como ya apuntaban de niños, los adolescentes no comen saludablemente cuando pueden elegir. Y cuando no pueden hacerlo, «la comida es un momento de conflicto familiar». Sobre todo en el caso de las chicas, y debido a la necesidad que sienten de cumplir con los cánones de belleza, «es común hacer dieta para no engordar o adelgazar».
La sociedad de consumo encuentra sus primeros clientes en los adolescentes, que pronto comienzan a gastarse sus ahorros. A la semana reciben de 10 a 25 euros que provienen de la paga, del dinero de abuelos o tíos y de algunos trabajos remunerados. Este dinero lo dedican al ocio y a comprar ropa o caprichos.
A la hora de estudiar los adolescentes son conscientes de que «sin un nivel básico de estudios la incorporación a la vida adulta y al merca do de trabajo será difícil». Sin embargo, están desmotivados porque «no ven la utilidad práctica de las asignaturas que estudian».
Trabajo fijo, piso y pareja
El uso de las nuevas tecnologías es uno de los grandes motivos de inquietud de los padres. «Muestran preocupación por la brecha digital que dificulta el establecimiento de límites y controles», sostiene el informe. A los progenitores les preocupa en concreto «la pérdida de intimidad y exposición que supone para la adolescencia el acceso y uso que hacen de las redes sociales y también el hecho de que estas redes se están convirtiendo en una herramienta de acoso y violencia».
Pero las nuevas tecnologías han impregnado por completo la existencia de los jóvenes. El teléfono móvil se ha convertido para los adolescentes en el elemento central para la comunicación con sus amigos y su familia. «Consideran que no pueden vivir sin él».
Y esto sólo con el móvil. Entre los jóvenes de 12 a 16 años el uso de internet «es una de las actividades que más satisfacción les genera». Utilizan el messenger y el chat para comunicarse con sus amigos y «para hablar de cuestiones que les producen pudor». Entre los niños de 6 a 12 años por el contrario, el uso del ordenador no está extendido del todo y «parece que no se producen usos abusivos».
Modas y cambios tecnológicos aparte, al hablar de su futuro los jóvenes de hoy revelan que son más clásicos que una zarzuela. Los adolescentes vinculan el escenario de su porvenir con los estudios y esperan alcanzar «casa propia, trabajo estable y pareja». Para ellos, la felicidad «pasa por tener una pareja, sobre todo para las chicas», que consideran la maternidad como «una experiencia irrenunciable». El futuro es para ellos «el orden tradicional».
Tomado de EL CORREO